La mega escultura al mestizaje mexicano, enclavada en el precioso malecón de Chetumal, parece querer adueñarse de la idiosincrasia de Quintana Roo. Su estirpe inacabada, su oscura historia, la morosidad en las investigaciones sobre sus recursos, y el sueño de verla terminada o la mansa aceptación de que eso nunca sucederá, parecen haber concentrado toda una forma de ser del quintanarroense.
La mega escultura sigue ahí, intacta, majestuosa a medias, inconclusa; tan intacta, majestuosa a medias, e inconclusa, que parece que nunca se terminará. Tan presente, a la vez, que parece que ha descubierto el verdadero espíritu del estado.
“De alguna manera la sociedad de Chetumal la ha incorporado al paisaje, nadie dijo que hay que desmantelarla”, explica Efraín Villanueva, ex rector de la Universidad de Quintana Roo y ex diputado, entre otros muchos cargos y quehaceres que lo asocian inquebrantablemente a este lugar.
La frase, pronunciada por un chetumaleño de raza, es toda una definición. La mega escultura está ahí, ya se asocia a la ciudad capital del estado, es parte del contorno de la ciudad, y puede convertirse en un muestrario de la idiosincrasia del quintanarroense.
¿Seremos, entonces, un pueblo que puede aceptar el origen difuso de un proyecto; un manejo económico sin transparencia; una presencia postergada e insuficiente, pero determinante? ¿Seremos un pueblo que acepta eso porque está convencido, por la realidad o por la magia, que al final todo tendrá un final feliz? ¿O simplemente nos hemos acostumbrado a la corrupción y la opacidad, y podemos aceptar hasta su evidencia física?
La respuesta la tiene, previa reflexión y autocrítica, cada quintanarroense.
Un vistazo
Para el que no la conoce habría que explicarle que la mega escultura domina una parte no menor del paisaje de Chetumal. Está, como se dijo, en el malecón de esta ciudad, que es un paseo sinuoso, extenso y tranquilo, no exento, claro está, de la belleza esencial y profunda del Caribe.
Unos cientos de metros antes de alcanzarla, la torre de 58 metros de altura sobresale al paisaje. Se recorta sobre el mar y el cielo; se impone. A la distancia, podría decirse que es impactante e inexplicable. Cuando se llega al lugar, se constata que definitivamente esos adjetivos la definen.
El recibimiento formal es un cartel dice “Prohibido el paso“, lo que es ya toda una paradoja para el que pretendía ser el símbolo de la ciudad. Desde ese lugar se extiende una suerte de muelle deformado por hierros que le ganó espacio a la bahía, y luego un islote donde se levanta la construcción de acero, concreto y cobre.
La mega escultura es, sin más preámbulos ni eufemismos, un armatoste de hierro. Tiene un inesperado aire a Torre Eiffel caribeña, pero es difícil sospechar que se trata de una escultura, o del fin de un corredor escultórico. Parece más bien un capricho excéntrico; el monumento a una exageración personal, a un desvarío amoroso u onírico.
Eso son los hechos, el inatacable veredicto de los sentidos.
La historia oficial dirá que allí debería levantarse un museo, un planetario, y toda una amplia infraestructura de servicios, como restaurantes y tiendas, que deberían hacer las delicias de los nacionales y extranjeros que llegarían al lugar imantados por su belleza exótica.
El ex gobernador Joaquín Hendricks, quien concibió la obra allá por 2003, decidió que no era exagerado destinarle 100 millones de pesos del presupuesto público. Pero con eso apenas se cubría la primera parte del proyecto, que realizaría el escultor Sebastián.
Para todo el resto, que incluye nada más y nada menos que el aspecto visible del proyecto, hacían falta otros 180 millones de pesos que nunca llegaron.
Inmersa en un maremoto político, la mega escultura se convirtió en sinónimo de polémica, de corrupción, en un emblema descarado de la desmesura del poder. Los diputados decretaron su final: no habría un centavo más para este dispendio.
Como la política es cíclica y contradictoria por definición, meses más tarde otros diputados, ya durante el gobierno de Félix González Canto, luego de formar una comisión y llenar varios espacios mediáticos con declaraciones de todo tipo, decidieron otorgarle a la obra 21 millones de pesos más para su culminación.
Era más fácil seguir que parar, adujeron. La idea final era darle un nuevo impulso, para que empresarios particulares decidieran participar económicamente y terminarla, algo que ha quedado aún en proyecto y esperanza.
Esa determinación de los diputados fue, en los hechos, un carpetazo a cualquier investigación sobre el destino de los recursos públicos. La ratificación de que lo faraónico, con todas sus consecuencias y consideraciones, también es posible en el Caribe.
La historia de este proyecto ha seguido más o menos los pasos lógicos. Como cualquier obra inacabada y dudosa, la mega escultura fue fiscalizada por una comisión, y tiene hoy un patronato. Actualmente lo dirige Doris Minguer, quien asegura que todo va viento en popa.
“Se está trabajando, y la escultura tiene un avance considerable, porque ya toda la estructura está armada, el problema que tenemos ahorita es que nos falta gente para subir las últimas piezas”, dijo a los medios días atrás.
Como no podía ser de otra manera, el patronato ya sabe que deberá fatigar pasillos de los tribunales para enfrentar o exponer causas penales de diversa índole. Todas tendrán que ver con el dinero y con la opacidad.
El interrogante
La mega escultura tiene dos características inobjetables, es polémica y real. O sea, nunca dejará de sembrar dudas o generar quejas, pero tampoco nadie dejará de verla jamás. Ha llegado para quedarse.
El diputado panista José Hadad no tiene una visión romántica de los hechos. “Es un símbolo de cómo somos, aceptamos la corrupción y la imposición sin decir nada”, propone.
“Y también tiene que ver con nuestra apatía”, dice, “eso me genera una preocupación, porque puede ser que muestre que ya hemos perdido la capacidad de respuesta”.
No desconoce, sin embargo, que la mansa aceptación de esos hechos, para él reprobables, hablan de toda una forma de ser del quintanarroense.
María del Carmen Silva Polanco, presidenta del Centro de Integración Juvenil, dice que ahora lo importante es terminar esa obra. Pero entiende que hay un contexto superador. “El tema se enfrío, se fue olvidando, y ahora incorporamos la mega escultura a la vida de la ciudad”, explica, como narrando una historia fatal, incontestable. “Ahora lo importante es que se termine, y que sea realmente un paseo o un lugar emblemático de Chetumal”.
Tiempo atrás, el cronista de la ciudad, Ignacio Herrera Muñoz, presentó argumentos muy interesantes sobre la mega escultura, que no está de más releer.
“A todos nos preocupa esa Mega Escultura, si concluirá y llenará los propósitos planteados y sí de verdad será un bello engarce para nuestra verde bahía”, decía.
“Particularmente considero que en cuanto al acierto de esta construcción la moneda está en el aire: ¿Será que en verdad se convertirá en una belleza reluciente en esta ciudad?… ¿Surgirá como una obra arquitectónica además de artística que represente atractivo visual para propios y extraños?”.
“Esperamos sea un espacio que genere atractivo y además justifique su costo, y el tiempo le de la valoración para convertirse en un orgullo más de Chetumal”. Palabras autorizadas, si las hay.
Más de 400 kilómetros al norte de la mega escultura , Cancún vive una historia similar con el Teatro de la Ciudad, que podría terminar convirtiéndose en un símbolo paralelo. Un proyecto que quiso ser majestuoso, histórico y fundacional, y terminó convirtiéndose en lo que se da por llamar “un elefante blanco”.
Y quizá así se hagan las cosas acá. ¿Cuánto tardo en construirse la autopista Cancún-Chetumal, que aun no concluye? ¿Y el proyecto de saneamiento de la laguna Nichupte? ¿Y la Costa Maya? ¿Y el relleno sanitario de Cancún? ¿Y los rellenos regionales? ¿Y …..? Varios etcéteras.
Al final, el tema vuelve al principio. ¿Qué representa más al quintanarroense? ¿Una escultura terminada en tiempo y forma? ¿O un proyecto inacabado, esquivo, insistente, pero finalmente posible y seguramente realizable?
Esa pregunta la deberemos contestar entre todos.
Hugo Martoccia / Fotos: ReflexAF
EXPEDIENTE QUINTANA ROO